Se habla constantemente de transformación digital, pero no debemos olvidar que hay otra transformación absolutamente vital: la de la energía. La transición energética es uno de los grandes ejes estratégicos de la geopolítica actual porque la mitigación del cambio climático es un objetivo prioritario para la humanidad.
La reconfiguración de las fuentes energéticas tradicionales hacia las alternativas renovables y hacia infraestructuras sostenibles es un cambio de paradigma imprescindible para desarrollar los modelos futuros de crecimiento socioeconómico.
Esta transformación es un conjunto de retos de alcance extraordinario que requiere ambición pública y determinación privada. Una suma de “conciencias” individuales y colectivas capaces de movilizarse en torno a una necesidad de urgencia exponencial año tras año y, sobre todo, si se registran casos en el ámbito medioambiental cuyos efectos están directamente relacionados con dichos retos.
La prueba más reciente la tenemos en el derrumbe
del vertedero de Zaldibar, en Guipúzcoa, un accidente de gravedad que ha
costado la vida a dos personas y ha desatado la lógica alarma social por los
hechos y sus consecuencias, todavía por calcular. Un incidente que nos recuerda
que la gestión adecuada de los residuos es parte esencial en la lucha contra el
cambio climático.
Sostenibilidad
real
En la Unión Europea, somos conscientes de ello. El marco legislativo y estratégico al respecto es uno de los más avanzados del mundo. En concreto, la Directiva de Residuos y especialmente, el Plan de Acción de Economía Circular, cuya propuesta última es convertirnos en “la sociedad del reciclado” para avanzar en un modelo de sostenibilidad real sobre la base de las tres “R”: reducción, reutilización y reciclado, y aprovechar al máximo todos los recursos disponibles.
En esta ecuación entra la valorización energética, es decir, la obtención de energía de los residuos que no son reciclables, que ha avanzado en los últimos años de una forma tremendamente innovadora y que juega un papel capital en la economía circular.
Las nuevas tecnologías como gasificación, gasificación por plasma o pirolisis, eliminan la contaminación que producen los procesos térmicos clásicos como la incineración y facilitan la producción de energía limpia y dan respuesta a gran parte de las necesidades del tratamiento de residuos. Avances innovadores que protagonizan en su ámbito, la transformación energética.
Plan Nacional Integrado de Energía y Clima
En
España nos encontramos en la fase final de concreción del Plan Nacional
Integrado de Energía y Clima (PNIEC) para el período 2021-2030, el principal
instrumento público para la transición energética española.
En nuestro Plan, se tratan de identificar los retos y oportunidades de la descarbonización, las energías renovables, la eficiencia y seguridad energéticas, el mercado interior de la energía y, como capital, la investigación, innovación y competitividad de nuestro sistema.
Retos y oportunidades que conforman las políticas en las que coinciden las distintas administraciones. Lo vemos en el desarrollo del propio PNIEC y en las políticas de la Junta de Andalucía, perfectamente alineadas con la transformación energética en sus distintos programas.
Para tener números de detalle, el Plan estima que en 2030 se podrán reducir un 23 por ciento la emisión de gases de efecto invernadero; mejorará un 39,5 por ciento la eficiencia energética; el mix de renovables será del 42 por ciento y el 74 por ciento de ese mix vendrá de la generación eléctrica.
La transición energética es, pues, un gran eje estratégico porque la mitigación del cambio climático es clave. Y en este contexto, los Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS) son una guía imprescindible. En nuestro caso, el de las empresas de nuestra actividad, los ODS 7 (energía asequible y no contaminante) y 9 (Industria, innovación e infraestructuras) son esenciales para la transformación energética.